sábado, 10 de marzo de 2007

De bene disponenda bibliotheca

Una noche de insomnio puede muy bien aprovecharse para ordenar la biblioteca y pasarle ciertos procesos al ordenador.

Lo segundo es más fácil y en caso de que todo falle, se lee el manual.

Pero lo primero tiene su intríngulis y no deja uno de mirarse a sí mismo como un norton de andar por casa, más exactamente por la habitación en la que están los libros.

Entre tanto, los programas se ejecutan rápidamente (es un decir) y la verdad es que uno no se entera de nada.

Por el contrario, cuando se cogen los libros para cambiarlos de estantería o situarlos en otro sitio dentro de la misma balda, los tiradores de la memoria -como dicen los franceses- hacen su trabajo y la curiosidad que se tuvo en su momento cuando se compró el libro aquél que ahora se tiene en la mano (o se recibió como regalo o... no se devolvió) resurge a veces junto con el deseo de volverlo a leer, o al menos de ojearlo.

También se recuerdan las circunstancias en la que se puso por primera vez la vista es sus páginas y casi, casi se entra en un ensueño que es lo que haría falta a esas horas de la noche, si no fuera porque, fatalmente, el artilugio digital se cuaja, y pita y pita, exigiendo atención como un niño demasiado mimado.

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